Procedente de una familia cercana a la nobleza rusa, Granoff se caracterizó por sus maneras refinadas, sus gustos de dandy, su aficion a los coches deportivos y un interés profundo por las lenguas. Hablaba, en efecto, fluidamente por lo menos cuatro lenguas y solía decir "cuando encierro en mi cabeza palabras ofensivas o cuando cuento, es en inglés; cuando me quejo o siento lástima por mí mismo, me lo digo en ruso, y cuando hablo frente a un público lo hago en francés. Pero cuando me canto canciones de la infancia, son alemanas. Ferviente lector de Freud, se mostrará singularmente atento a los problemas que plantea su traducción, como si para él la única vía de acceso al pensamiento fuera la que se inscribe en las lenguas y viaja a través de ellas. A él le dedica entonces cuatro de los ensayos centrales reunidos en este libro.
Como dice Allouch, entre Lacan y Granoff hubo dos mal entendidos cruzados, Granoff trató de conciliar lo inconciliable y de mantener a Lacan en su pertenencia a la Institución (IPA), que en esa ápoca tenía un poder sin alternativas aparentes en la escena internacional. Poder que ejercía de tal modo que una exclusión tenía, por entonces, un efecto desgarrador. Y así resolvió que si los analizantes de Lacan deseaban ser aceptados por la IPA como analistas, debían abandonarlo y emprender su análisis con otro psicoanalista. Acorralado, Granoff optó y lo hizo por la Institución internacional. En cuanto a Lacan su exclusión tuvo un efecto paradójico: liberarlo del corsé institucional, burocrático y lanzarlo a una exhacerbación de la originalidad de su enseñanza y sus efectos fecundos para el psicoanálisis.